Abrimos el melón de las ediciones italianas de manga y en la primera tajada disfrutamos de una auténtica delicia: Maldestro dalla nascita, un tomo autobiográfico del autor de La cantina de medianoche

Una visita a Italia siempre cunde. En esto de los tebeos, sirve para sacar un par de conclusiones básicas. En cuanto a producción propia, la realidad de Zerocalcare como un fenómeno editorial único, omnipresente en todas las librerías, sean o no de cómic, que le dedican un altar propio como a un dios de las viñetas. En cuanto a material traducido, el predomino del manga es abrumador. Manga, manga, manga por todos los lados. En España no estamos mal, y seguramente aquí, por su calidad, quemaríamos en una hoguera algunas de esas ediciones italianas (eso sí, a 6,50 euros el tomo, un precio imbatible), pero el país transalpino tiene editados muchos títulos que ni nos olemos. Una de esas obras es Torpe de nacimiento (Maldestro dalla nascita, Bao Publishing), de Yaro Abe, uno de nuestros autores favoritos gracias a ese remanso de paz que es La cantina de medianoche (Astiberri).

Como los habituales de La cantina de medianoche ya sabrán, Abe tiene una biografía como autor algo peculiar, ya que no debutó como profesional hasta los 40 años. Tras años dedicándose a la publicidad, era bastante improbable que acabara dedicándose al manga, pero ocurrió. La semilla estuvo en su infancia, una niñez marcada por la presencia de un padre bonachón, al que el mangaka rinde homenaje en este relato de unos años marcados por su torpeza física y social, pero también por el candor y la dulzura.

Recuerdos y familia

Abe es de estas personas que tanta envidia nos dan a los que no nos acordamos ni de lo que comimos ayer, ya que rememora con pelos y señales anécdotas de su vida desde que iba a la escuela infantil hasta que llega a la secundaria. Así, encontramos momentos con su familia -sus abuelos, su bisabuela, su inesperada hermanita…- y con sus compañeros de pupitre, con los que tiene sus más y sus menos. Patoso como él solo, y tampoco genial en los estudios, sus años de infancia son en buena parte un divertido relato de cómo fracasó en cualquier actividad física, pero encontró un cálido refugio en la lectura y el dibujo de manga.

Si a algo nos tiene acostumbrados Abe en La cantina de medianoche es a su mirada única, llena de ternura -que no cursilería- a la hora de sacar de los pequeños detalles las grandes verdades la naturaleza humana. Aquí lo hace a través de una sincera y honesta regresión a su yo niño, al asombro y desconcierto con el que observaba el mundo de los adultos. Entre esos mayores, sobresale el padre, una figura que aborda desde la nostalgia y el cariño, pero también desde una distancia que le permite reconocer las no pocas peculiaridades de un tipo tan trabajador como amante de la buena vida; del que sentirse avergonzado ante los amigos, pero también agradecido por, a su manera, darle tanto amor.

Este reconocimiento al padre queda oficializado en el emotivo capítulo especial que cierra el tomo, en el que el autor y su ya fallecido progenitor se encuentran en -¿dónde si no?- la vieja y querida cantina de medianoche. Un cruce que sirve como colofón y que ejerce como perfecto gancho para quienes ya estén captados por la obra más conocida de Abe.

Toc, toc, llamando a Astiberri. Si leyendo tan apenas italiano se disfruta tanto de Torpe de nacimiento, es fácil imaginar que en manos de Alberto Sakai, el traductor habitual de La cantina de medianoche, este tomo único se convertiría en una compra obligada para los adeptos a la llaneza -que no sencillez- argumental y gráfica de Yaro Abe. Ojalá nos llegue pronto por aquí, y ojalá tampoco tarde en llegar Mimikaki, el trabajo con el que el mangaka debutó y que le valió el premio Shogakukan.